miércoles, 30 de mayo de 2018

¿Una sociedad sin Estado?

En mi anterior post dejaba al descubierto mi percepción y pensamiento sobre la unidad política por excelencia: el Estado. En esta entrada comentaré un tema hermanado que podría resumirse en una simple pregunta: ¿podría existir una sociedad sin Estado?

Empezaré dando una respuesta directa: sí, puede existir una sociedad sin Estado.

Si nos remontamos unos cuantos años atrás, veremos que las antiguas comunidades carecían de esta unidad política. Véanse, por ejemplo, las bandas, un grupo de nómadas formado por familias en el cual había un cabecilla, que se limitaba a dar consejos o a tomar decisiones para el grupo; o las tribus, formadas por grupos de personas más estables y organizados en poblados, donde la máxima autoridad era el denominado big man, el cual predicaba mediante el ejemplo.

Ahora bien, ¿por qué no seguir viviendo en estos tipos de comunidad? ¿Por qué el Estado?

Resultado de imagen de desigualdad de clasesSi bien es cierto que el Estado es una organización totalmente desigualitaria, nos garantiza un cierto porcentaje de supervivencia ante ciertas hostilidades. El simple hecho de tener un código de leyes, pone orden en nuestra convivencia con el resto de seres humanos , aunque en algunos casos estas leyes sean más contraproducentes que efectivas (véase el artículo sobre la agresión y el abuso sexual del código penal español, el cual nos deja desprotegidas a las mujeres en gran parte de ocasiones ante una violación). 

Hoy día, una sociedad sin Estado sería una guerra fría, sin tregua ni cuartel, pues los valores inculcados en nuestra sociedad así nos lo determinan. Nos educan a ser egoístas, a mirar solo por nuestro bien, a ser avariciosos. Y cómo no serlo, si de las pocas ganancias que recibe un ciudadano de a pie, la mitad se van en impuestos. Y cómo repartir tus bienes si los gobernantes controlan cada acción para su propio beneficio. 

Y lo más preocupante de todo, es que esta desigualdad no decrece, ni mucho menos. Más bien todo lo contrario.

El Estado es una buena herramienta para garantizar la supervivencia, cosa que no ocurre en organizaciones como las tribus o las bandas. Pero es una nefasta herramienta para garantizar una calidad de vida digna, justa e igualitaria.

lunes, 30 de abril de 2018

Desnaturalización.

El ser humano, como bien mencioné en una de mis publicaciones anteriores, es construido por una sociedad. La continua convivencia con el resto de humanos es la que determina nuestra formación como personas, la que nos hace adquirir unos hábitos u otros, una ideología u otra.
En este post nos centraremos más en la unidad política que rige dicha sociedad, en cómo esta afecta al hombre.

Actualmente, la unidad política por excelencia es el Estado, pero, ¿hasta qué punto esta unidad es beneficiosa para el ser humano? Como bien afirmaba Rousseau, el Estado y sus represivos métodos son un instrumento de desnaturalización humana, un disparo certero en nuestra verdadera naturaleza. 

No sé a ciencia cierta si antes de la sociedad los seres humanos éramos seres bondadosos en su total plenitud, pero lo que sí creo y de lo que estoy prácticamente segura es de que este método de organización nos corrompe por dentro, nos vuelve codiciosos, violentos, mentirosos; y es entendible, pues cómo vivir sino en un estado en el que una gran mayoría vive oprimida por una clase superior. Dominada. Amaestrada para trabajar por y para  mantener a sus gobernantes. 

Tampoco creo en un estado bueno. Si somos sinceros, todos buscamos un bien propio. Eso es irrefutable. Y si todos buscamos esto, ¿cómo actuaríamos si tuviéramos la oportunidad de vivir a costa de los demás, sin esfuerzos físicos, sin "partirnos el lomo"? 

Tristemente, esto es a lo que esta sociedad nos ha educado; a lo que el Estado nos ha educado. Lo que ha desnaturalizado al hombre en una cierta medida, pues ningún ser humano nace siendo codicioso, violento o mentiroso. En cambio, nuestra forma de vida bajo esta represión política clasista nos obliga a ser así.

viernes, 9 de marzo de 2018

¿Todas las opiniones deben ser respetadas?

A menudo tendemos a oír la expresión "todas la opiniones deben ser respetadas". Desde niños hemos sido educados a ello (posiblemente adecuando dicha expresión a un contexto erróneo). Sea lo que sea, debemos respetar la opinión de los demás.
Esto parece lógico y obvio si nos ponemos en una situación cercana y sencilla como puede ser la de "¿cuál es tu comida favorita?". Sabemos a priori que no todo el mundo tiene la obligación de tener nuestro gusto gastronómico. Por ejemplo, mi plato favorito son los macarrones. Esto no quiere decir que el tuyo  tenga que ser los macarrones, por lo que si tu plato favorito son las lentejas (por ejemplificar), yo voy a ser consciente de que tus gustos son distintos a los míos, y respetaré tu opinión.

Pero, ¿y si llevamos esto a una pregunta más compleja y polémica?

Pongamos el ejemplo de que te encuentras con una persona homófoba. Dicha persona afirmará que las personas homosexuales son un "despojo social" (algo que sin duda, no tiene una argumentación sólida). ¿Debe ser esta opinión respetada por el mero hecho de ser una opinión?
La respuesta es no. Cierto es que todas las personas deben ser respetadas simplemente por serlo, pero esto no conlleva que sus opiniones deban de ser respetadas también.

Y bien, ¿cómo determinamos cuándo una opinión debe ser respetada?
La respuesta es sencilla: toda opinión que se proyecte bajo una argumentación sólida y sostenga un conjunto de valores, merece ser respetada. En caso de no serlo (véase el ejemplo anterior), la opinión, sin lugar a dudas, no debe ser respetada. Si a esto le sumamos la falta de ética y moral que, a su vez, actúa en contra de otras personas, la opinión no debería ser tolerada, pues pierde los valores necesarios que una opinión respetable requiere.

No todas las opiniones son iguales, no tenemos por qué concordar con todo el mundo. Pero tampoco todas estas deben ser respetadas; pues sería sumamente injusto que tuviera el mismo valor una opinión argumentada y debatida por una mayoría, que una opinión sin un fundamento con la que solo unos pocos están de acuerdo (de las cuales la mayoría suele escudarse en el dicho).

martes, 6 de febrero de 2018

Ciegos en un mundo de luz.

Imagen relacionadaEste texto será más personal. No sé si más, o menos interesante, pero más personal.
Las últimas clases de filosofía me han hecho darme cuenta de algo que creía tener muy interiorizado. Tanto que ni tan siquiera le daba importancia. Me he dado cuenta de lo ciegos que estamos en realidad. Lo poco que vemos o, en ocasiones, lo poco que queremos ver.
Vivimos en un bucle en el cual llevar los ojos vendados es algo rutinario, algo normal. La consistencia de cada venda varía según la persona que la lleve, eso sí. Hay quien quiere ver más allá y decide cubrirse con una fina tela; y hay quien tiene miedo del "qué pasará", y decide coger su manta y cubrirse con ella hasta que pase la tempestad.
Unos más, otros menos, pero al fin y al cabo ciegos. Ciegos en un mundo de plena luz. Irónico, ¿verdad?
Y es que si nos paramos a observar el pasado de nuestra propia historia, veremos que entre los versículos hay espacios en blanco. Espacios que en su momento no pudimos escribir por no ver con plenitud. Vacíos que podemos rellenar con suposiciones; pero entonces, ya estaríamos formando una historia basada en nuestra propia percepción. Al fin y al cabo, la vida no es más que eso. Un conjunto de percepciones que unimos a nuestro gusto y criterio, bajo la supervisión de nuestra ideología
Y es que resulta casi irónico que en una sola especie haya cabida para tal magnitud de percepciones. Porque creamos miles. Millones. Tantas que podemos encontrarlas habitualmente peleando entre sí por llevar una razón absoluta, donde no haya cabida para ninguna más. 

Y deseamos con todas nuestras fuerzas estar siempre en lo cierto. 

martes, 2 de enero de 2018

Insignificantes.

El ser humano. Para unos, un ser casi divino creado a semejanza de un todopoderoso; para otros, una especie más cuya evolución resultó ser un éxito.
Siempre parecemos sobresalir por encima de cualquier tipo de límite impuesto, siempre parecemos deslumbrar. Somos capaces de averiguar el por qué de las cosas, el cómo del cientos de sucesos, incluso qué somos y de qué estamos hechos. No cabe duda de que tenemos un conocimiento bastante extenso sobre ciertos factores; nos auto-situamos entonces en lo alto de la pirámide, en la cima de la montaña. Nos creemos todopoderosos en este pequeño rincón del universo llamado Tierra.

Pero, ¿qué somos en realidad?

Puede que en la Tierra seamos seres deslumbrantes, increíbles, exorbitantes; pero fuera, somos insignificantes. No somos ni tan siquiera una pequeña mota de polvo que flota entre cientos de miles de galaxias. Fuera, todo se escapa de nuestro control. Somos seres vulnerables a disposición de fuerzas mucho mayores que nuestro hambre de conocimiento.
Cientos de astros, de planetas. Kilómetros y kilómetros de silencio, de temores mucho mayores que los de nuestros propios demonios. Visto así, suena incluso cómico que nos situemos en lo alto de una montaña cuya cima se escapa de nuestro campo de visión.

Nuestra sed de conocimiento y poder nos empuja a abrir horizontes, a conocer, investigar, viajar. Y es que cuanto más conocemos, más insignificantes somos; pues nada tenemos que hacer frente al horizonte de sucesos de un agujero negro, ante un asteroide. Y no tenemos por qué salir fuera de nuestro planeta para ser conscientes de esto: nada tenemos que hacer frente a un nacimiento, frente a un huracán, un terremoto, o la mismísima muerte. Nada tenemos que hacer frente a las leyes naturales.

Por ello, el ser humano no es más que un organismo que ha logrado brillar entre otros seres insignificantes, gracias, una vez más, a una fuerza a la que no podemos hacer frente: la naturaleza.


jueves, 30 de noviembre de 2017

Hombres y mujeres. ¿Distinción natural?

Hombres y mujeres. Varones y hembras. Seres humanos. Homo Sapiens Sapiens.
¿Creamos diferencias donde no las hay? ¿O todo esto es cuestión de la evolución?

Desde tiempos inmemorables, las supuestas "funciones" de hombres y mujeres han estado muy distinguidas y remarcadas por la sociedad.
"La mujer debe ser pasiva y débil, las mujeres están hechas para complacer al hombre", citaba Jean-Jacques Rosseau. "La virtud de las mujeres es ser bella; la de los hombres, ser noble", citaba Inmanuel Kant. "Las mujeres son la astucia de la especie para que el ser humano real, que es el hombre, se reproduzca", citaba también Arthur Schopenhauer.

Este tipo de mentalidad se propagó (y en menor medida, se siguen manteniendo) como algo natural, algo con lo que se debía convivir. Y lo cierto es que no.
Estamos hartos de escuchar comentarios del estilo: "Mujer, cuida la casa", "Eres un hombre, no llores por cosas así", "Las mujeres sois por naturaleza más débiles que los hombres", "Debes pelear como un macho que eres", etc. Ninguno de los rasgos que acabo de poner en manifiesto son naturales, pues nadie nace con tales características, sino que nos construyen así. ¿Quiénes? Algo a lo que llamamos "sociedad". ¿La naturaleza ha determinado esto? No, en absoluto. Y es que si estas afirmaciones tan arcaicas fueran ciertas, yo, mujer, sería una mutación genética, pues no tengo necesidad de ponerme coqueta para cautivar a los hombres, ni mi vida gira en torno a las labores del hogar, ni mucho menos soy una persona débil.

Desde que nacemos estamos sometidos a este tipo de prejuicios sociales que nos convierten, al menos a cierta parte de nosotros, en lo que somos hoy día. Y es aquí donde la revolución estalla, donde todo estalla. Donde la gente comienza a despertar de algo completamente ilógico y surrealista.

Y es que ni tú, hombre, debes nacer fuerte y heroico; ni tú, mujer, debes nacer frágil y dulce.

Hombres y mujeres. Varones y hembras. Seres humanos. Homo Sapiens Sapiens.
¿Nacemos, o nos construyen?



viernes, 20 de octubre de 2017

Helios, el dios Sol.




Somos sabedores de que el ser humano ha tratado siempre de buscar las respuestas antes cualquier incertidumbre. Es algo innato, algo con lo que nacemos; y cuanto más sabemos, más sed de conocimiento tenemos, claro que no siempre se vio todo tan nítido como lo vemos en la actualidad.

En las barbaries se hallaba la respuesta a estas incertidumbres en los mitos, que son relatos que se transmiten de generación en generación, y que buscan explicar el origen y el destino de una comunidad.

En estos relatos se asocian a las fuerzas de la naturaleza con Dioses, seres con habilidades sobrenaturales que dan respuesta a muchas de las preguntas planteadas por los bárbaros.
En este caso, los griegos personificaron al Sol como el dios Helios.

Helios con su carro y sus cuatro corceles.
Helios era, según la mitología griega, hijo de dos titanes, Hiperión y Tea, y hermano de Selene (diosa de la Luna) y Eos (diosa de la aurora). 
Helios era un joven apuesto que fue coronado con una areola del sol. Todos los días se paseaba de un lugar a otro en su carro fabricado por Hefesto con oro, plata y piedras preciosas, tirado por cuatro caballos que arrojaban fuego por su boca: Flegonte (o ardiente), Aetón (o resplandeciente), Pirois (o ígneo), y Éoo (o amanecer). Los nombres de estos corceles marcan el inicio y el fin del día.

Eran muchos los dioses que se beneficiaban a menudo de la sabiduría de Helios, motivo por el cual cuando Perséfone fue raptada por Hades, o cuando Afrodita engañó a su esposo con Hefesto, fueron a consultar a Helios lo que había ocurrido.

Afrodita estaba en desacuerdo con la mediación de Helios, por lo que le hizo enamorarse de Leucotoe, la princesa persa, a la que visitaba cada noche. Poco después, esto llegó a oídos del padre le la princesa a través de Clitia, que celosa de ella, decidió confesar todo. Así el padre de la joven, decidió enterrar a su hija viva, a lo que Helios trató de salvarla con sus rayos, iluminándola y rociándola con néctar. Pero el cuerpo de Leucotoe se evaporó, dejando a su ida un ramo de incienso. Clitia, ante la envidia y el amor no correspondido, se convirtió en un girasol (de ahí que esta planta siempre mire en dirección al sol). Finalmente, Helios se casó con Perse, con la que tuvo mucha descendencia.

Representación de "El Coloso de Rodas".

El dios Sol era especialmente adorado en la isla de Rodas, y en el año 226 a.C, se le dedicó una gran estatua de 40m de altura (El Coloso de Rodas) que fue considerada una de las siete maravillas del mundo Antiguo. Esta estatua cayó al mar poco tiempo después a causa de un terremoto.

Uno de los relatos más famosos sobre Helios es el de su hijo Faetón, que tras ir a visitar al dios Sol para descubrir si era su verdadero padre, se marchó con permiso en su carro, volando demasiado cerca de la superficie y quemando así la Tierra. Fue entonces cuando Zeus tuvo que intervenir y acabar con el joven.

Con relatos como este podemos afirmar que la mitología es la forma más antigua de conocimiento, y, a mi parecer, la más hermosa e interesante de todas las formas.